Narratinta

Escritura & Periodismo

Una cama en un departamento antiguo

No recuerdo bien en qué momento sucedió. Supongo que fue el final de lo que tenía que dejar de ser. A la distancia  todo es un poco difuso, pero hay aún algunos destellos de algo que un día existió. Una cama de dos plazas en una habitación de un departamento antiguo.

Es de día, una mañana. Afuera sólo se sienten los ruidos de algunos autos que atraviesan la calle y pasan al improviso. En el cuarto no hay muchas cosas. Dos mesas de luz, un armario empotrado, una repisa de tres estantes y el balcón que conecta al living. Cuando el amor de evapora, hay un quiebre, una distancia. Y de un instante al otro todo cambia. Ahora estamos juntos, pero ya no queda nada.

Una cama en un departamento antiguo
Una cama en un departamento antiguo.

Amanecemos, nos abrazamos. Es el último retazo de algo que se está por acabar. Y él dice una frase. “Un día vamos a recordar que con veintiún años hicimos todo esto”. Todo esto es quizás alquilar un departamento, comprar una heladera, tener una televisión y algo parecido a un hogar en un barrio ajeno en un piso que ya recuerdo si era el once o el siete.

«Cuando el amor de evapora, hay un quiebre, una distancia. Y de un instante al otro todo cambia»

Un lugar al que llamar casa

Recuerdo la ventana que estaba en una de las paredes del living y de la que se podía ver hacía otra calle y por la que a veces entraba el sol a raudales, la lámpara que la dueña dejó y que los viejos inquilinos arruinaron en alguna fiesta de cumpleaños con una piñata que se derritió y dejó la punta de cobre manchada de color violeta, el piso con unas baldosas que eran perfectas. “Un día vamos a recordar que con veintiún años hicimos todo esto”. Todo esto no era lo que parecía, pienso ahora.

Estábamos tirados en la cama, nos habíamos despertado y yo lo había abrazado porque sabía que era el final y me resistía como lo hago siempre cuando algo se está por acabar. No sé cuál fue mi respuesta, pero le creí y lo hice por un tiempo. Creí que después de que todo se desvaneciera, iba a mirar hacia atrás y pensaría que todo eso que habíamos hecho era demasiado.

Que con veintiún y veintitrés años habíamos logrado algo importante, arrojándonos al vacío como dos locos, convencidos de lo que sentíamos era amor y que por eso, arrojarse y saltar, valía la pena. Que comprar una heladera y congraciarnos por tener un sillón, una cama, dos mesas de luz, una mesa con cuatro sillas, una pava, un lugar al que llamar casa, sería tanto.

«El tiempo convierte los recuerdos en algo distinto. A veces los desvirtúa y los exagera y otras los desvanece como si nunca hubiesen existido»

Vuelvo a la cama en la que había un acolchado violeta aterciopelado. A ese cuarto que ya no significa nada para mí, pero que un día lo significó todo. El tiempo convierte los recuerdos en algo distinto. A veces los desvirtúa y los exagera y otras los desvanece como si nunca hubiesen existido. “Un día vamos a recordar que con veintiún años hicimos todo esto”. Todo esto ya no es nada y en verdad nunca lo fue. Es sólo una brisa que a veces sopla el viento como un destello del pasado.  Una cama de dos plazas en una habitación de un departamento antiguo.

Este texto forma parte de una consigna del VI Mundial de Escritura

mfgagliardi

Soy periodista argentina nacida en Buenos Aires y vivo desde 2019 en Modena, Italia. Acá escribo de todo, libre y sin tapujos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver arriba