Hace meses que sueño que me mudo. Que cambio de casa. Puedo reconocer perfecto los lugares que dejo. También los lugares a los que voy. Tengo la sensación de haber habitado casas que no conozco, aunque en algunos sueños parecen un poco mías. A veces siento extrañeza por irme, por dejar todo atrás. En los sueños sucede todo rápido. Me preocupa dejar todo en orden. Cerrar los ciclos. Entregar las llaves. No quedar atada a nada.
«Me preocupa dejar todo en orden. Cerrar los ciclos. Entregar las llaves. No quedar atada a nada»
Una de las últimas veces soñé que estaba en una terraza enorme con vista a la ciudad y en los alrededores había unas flores hermosas. En otro había un jardín extenso y repleto de verde. También un balcón circular y en todos los recovecos de la casa una luz blanca que inundaba de vida el lugar. Todavía no sé qué significan las casas que dejó, ni las casas a las que voy.

A veces sueño con un departamento que alquilaba en el barrio de Caballito. Es curioso que regreso y no siento nada. Ni nostalgia, ni tristeza, ni ganas de volver. Otras veces sueño que cambio muebles de lugar, que desconecto lámparas, que armo cajas y a veces, también, tengo la duda de estar en la casa correcta. Siento que el sueño, en segundos, se va a desvanecer y que yo ya no voy a estar ahí.
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Mudar es cambiar. Dejar el sitio que se ocupaba o habitaba y pasar a otro. Mudarse también significa cambiarse enteramente. Cambiar de vida. Permutar. Entonces, ciertas veces, como ahora que escribo esto escupiendo con verborragia algunos de mis sueños, me pregunto: ¿será que uno tiene que mudarse tantas veces hasta encontrar su lugar? ¿o será que en realidad no pertenecemos enteramente a ningún espacio? ¿cuántas veces tenemos que cambiar, incluso en los sueños, hasta encontrarnos del todo?