Es medianoche de marzo y el aire está pegajoso. Los semáforos funcionan sincronizados y acompañan el trajín de los autos con la onda verde. «El Tano”, como lo conocen todos, conduce y casi no se detiene. Maneja por la Avenida Independencia mientras habla de su vida, de su relación con la gente y del pasado.
Recuerda que llegó al país cuando tenía cinco años, cuando vino con su familia desde Catanzaro, al sur de Italia, adonde sólo a los 23 años, después de pasar 35 días arriba de un barco por el vértigo a las alturas. Mientras el viaje transcurre y el aire se vuelve cada vez más denso por la humedad, «El Tano» cuenta que se separó de su mujer cuando la encontró con su mejor amigo en la cama. Se hace un silencio y dice que no entiende cómo le hizo eso. Que separarse es difícil porque hay que trasladar muchas cosas. Después cuenta que ya le puso siliconas nuevas al tablero del auto y que conectó las luces de uno de los focos que no funcionaban. Y además que compró la “bocina de aire”. “El Tano” dice muchas cosas mientras maneja el taxi camino a casa. Trabaja en la misma empresa hace 20 años y se define como el más antiguo de los choferes. “Si preguntás por el Tano me conocen hasta los perros”.
“El Tano” mira por el retrovisor del espejo del taxi con cara seria. De fondo suena Radio Pop y se escucha un tema de rock nacional. Tiene el pelo canoso bien corto y un gorrito de color claro. Sus ojos combinan con los anteojos de marco de metal que lleva puestos. Explica que su día arranca a las seis de la tarde, porque de mañana no puede trabajar. En abril cumplirá 35 años como taxista, dice orgulloso, mientras recuerda otras cosas que pasaron en su vida, antes de convertirse en taxista.
Tenía 16 años cuando sus padres lo anotaron en el colegio militar, para seguir la carrera de oficial en las Fuerzas Armadas. El taxi sigue por la Avenida Independencia, que en algunas cuadras se convertirá en la Avenida Juan Bautista Alberdi. «El Tano» mira con atención las calles laterales para no desviarse del rumbo. ¿Ya pasamos Hortiguera?, pregunta. Después se da cuenta de que Hortiguera ya pasó. “Vamos a doblar en Miró y listo”, dice. Y así, mientras sigue la conversación, cuenta esto: que estuvo en la Escuela Mecánica de la Armada. Que en el año 76 lo trasladaron a la Base Naval de Mar del Plata y que antes de eso pasó por Puerto Belgrano, en el Buque Hércules. Que luego lo trasladaron al portaaviones 25 de Mayo y lo pasaron al Buque Irigoyen, donde hizo el curso de buzo táctico. Hasta el 82, cuando le pegaron un tiro en la pierna y lo jubilaron por invalidez.
«El Tano» se da vuelta y suspira despacio. Quizás es la memoria que le trae recuerdos. No siempre es fácil volver al pasado. Pero “El Tano” vuelve. Ahora, arriba de un taxi, 35 años después, recordará que el tiro se lo pegaron los del ERP, la organización guerrillera que se enfrentó con los militares en plena década del 70. En ese entonces, el joven que quería ser oficial, integraba la policía militar. Tenía 22 años, dice, el día en que una bala le perforó la pierna y le torció el destino.
“En el ERP estaban involucrados Néstor y Cristina. Nunca hablo de este tema porque hay gente muy kirchnerista a la que le duele que le digan la verdad. A mí no me hicieron nada, pero sé que militaban ahí”. «El Tano» mira de nuevo por el espejo retrovisor y deja ver sus pantalones camuflados de estilo militar. “Estuvimos ahí cuando mataron a una mujer que se llamaba Norma Arrostito. Fue una de las dirigentes políticas estudiantiles más famosas, la mataron en Banfield. Tenía ocho meses de embarazo. La mataron con dos revólveres 45 en la mano. La cortaron al medio”. En el taxi se hace de nuevo un silencio.
Después «El Tano» sigue hablando. Quizás para expulsar los recuerdos. Quizás para expulsar los demonios. O quizás, también, para buscar alivio. Cuenta que luego del tiro en la pierna lo dieron de baja como cabo primero de la Armada. Y a fines del 82, en el mes de julio, lo indemnizaron con 34 mil dólares con los que se compró una casa en la provincia. Casi llegando a destino, vuelve de nuevo al pasado para contar algo más: que el día de “La noche de los lápices”, el 16 de septiembre de 1976, en la ciudad de La Plata, cuando el plena dictadura militar secuestraron, torturaron y asesinaron a estudiantes de secundaria que reclamaban por el boleto estudiantil, él estuvo ahí. “Perdí a dos compañeros, no creas todo lo que dicen, que los militares eran una porquería”.
En su memoria se acuerda también que lo mandaron en una camioneta junto a otros “uniformados” para frenar a “unos pibes que se querían meter dentro del Ministerio de Educación de La Plata”. Dice que hubo tiros de los dos lados, que estaban los del ERP, que no eran “nenes de pecho” y que fue “un asco”. Después de eso intenta explicar que había personas como él, que tuvieron que estar ahí para “buscar gente”, pero no «para matar». “Son cosas que te quedan en la retina y no te las olvidás más. Abajo de la cancha de Estudiantes de la Plata quedaron como cuarenta cadáveres”. Otra vez en el auto se hace un silencio. No hay preguntas ni acotaciones. Solo silencio. ¿Será cierto? ¿Será un fabulador? ¿Cómo creerle del todo a un desconocido?
El «Tano» apaga el reloj y estaciona en la puerta. El aire sigue denso y pegajoso. Gira la llave del coche y lo deja estacionado a un costado. Antes de volver a hablar sobre la separación con su mujer, la que lo engañó con su mejor amigo, el que llegó de Italia junto a él y su familia, el hombre que un día fue joven y soñó con ser oficial de las Fuerzas Armadas, dirá que si hoy estuviesen los militares, no habría robos, ni muertes. Pero que para eso se necesita “una buena militancia”. “Militares, entendés, buena gente. Como yo, que fui militar y nunca maté a nadie”.