
“Cuinant Oportunitats”: es argentino, se radicó en Europa y es un referente para los inmigrantes
A menos de diez cuadras de la Plaza Cataluña, en Barcelona, se encuentra uno de los tres espacios que forman parte de la Fundación Mescladís. Se trata del proyecto social creado hace quince años por Martín Habiague para ofrecer herramientas y oportunidades a personas en situación de exclusión y a inmigrantes a través de la cocina.
Es un viernes de finales de junio. En una de las paredes del ingreso al restaurante, donde funciona también la escuela de Mescladís, hay una exposición con rostros que portan historias de vida que traspasan fronteras. Martín es argentino, tiene 53 años y nació en la provincia de La Pampa. Estudió sociología en Buenos Aires, aunque a la hora de definirse, prefiere dejar de lado la etiqueta de sociólogo y se cataloga como un trabajador social.
Tenía 27 cuando decidió migrar por amor. Primero viajó a Londres, donde estuvo en situación irregular, pero logró que la empresa para la que trabajaba en Buenos Aires lo contratara allí como consultor de tecnología. Vivió en Budapest, Hungría, y al tiempo se estableció en Bélgica, con su pareja. A los ocho meses le dieron una visa para permanecer en Europa y con los años obtuvo la nacionalidad belga.

Hubo un hecho, sin embargo, que marcó un quiebre. El 22 de septiembre de 1998 vio por televisión cómo varios agentes deportaban desde Bruselas a Togo a una joven nigeriana de 20 años. Tres de ellos la escoltaron en el vuelo y uno filmó el video de la operación. La sentaron, atada de pies y manos, y mientras ella gritaba en un último intento que le dieran asilo político, la cubrieron durante diez minutos con dos almohadillas para silenciar sus gritos. La joven murió por falta de oxigenación cerebral a las 21.32 en un hospital cercano al aeropuerto.
Alguien podría decir que fue el asesinato de Semira Adamu, que había huido para no casarse obligada con un polígamo de 65 años, o que fueron las noticias “flipantes” de los “chavales” que se morían viajando de polizones en aviones en busca de una vida mejor. O el rechazo que vivió durante los trámites para regularizar su situación. Sea como sea, frente a ello primero hizo un voluntariado a través de una organización en Bruselas con tres hermanos colombianos a quienes ayudaba con las tareas escolares y a mantener el español como idioma nativo.

Cómo se gestó Mescladís
Inspirado por su vocación, Martín pensó en cómo complementar con otras actividades que le dieran más sentido a su vida. Se enteró, así, que podía tomarse un año sabático en su trabajo y conoció el proyecto de otro argentino en Ámsterdam que había montado una tienda de galletas y hacía talleres para niños. Ya con 35 años decidió reorientar su vida y crear un proyecto social enfocado en el ámbito migratorio. “Viniendo de Argentina es algo que nos toca, todos mis abuelos eran inmigrantes. Y a mí me había tocado a título personal”, dice.
Tras llegar a España en febrero de 2004, diseñó lo que sería luego la fundación, que vinculó con la comida porque era un buen elemento para trabajar en el ámbito migratorio. Y eligió la ciudad de Barcelona como punto de partida. “Era una explosión de gente de distintas partes del mundo que llegaba en busca de un mejor vivir, entonces dije ‘es un buen lugar para armar un proyecto que ponga un granito de arena en positivo’”.
Mescladís es una palabra que pertenece al aranés, uno de los tres idiomas que hay en Cataluña. Martín dice que significaría una mezcla de especies. “Tú ves que al final cambiamos la manera de vestir, de hablar, pero la comida pasa de generación en generación. Te permite hablar de geografía, de tu historia, de lo que uno es”, sostiene. Y agrega: “Al final el país lo que hace es una rectificación del mestizaje y de la posibilidad de enriquecernos mutuamente. El idioma representa la diversidad y la defensa de la minoría”.
“Cuinant Oportunitats”
Son las más de las cinco de la tarde y mientras la tarde transcurre con calma, los recuerdos se entretejen con precisión. Martín cuenta que para montar la fundación creó alianzas con entidades sociales y construyó sinergias. En diciembre de 2005 nació el primer Mescladís en un local ubicado en la Plaza San Pedro, en donde vendían comida y ofrecían talleres para niños. Actualmente son tres las sedes que funcionan con un esquema sostenible que los convirtió, además, en un proyecto social de referencia en Barcelona. “Somos un proyecto que trabaja desde la lógica de la diversidad, que viene del ámbito migratorio diseñado, gestionado e impulsado por migrantes”, describe creador.
La fundación se sustenta en un 90% gracias a la propia actividad económica. La base es el programa “Cuinant Oportunitats” (Cocinando Oportunidades), un espacio de inclusión social donde se capacitan entre 80 y 100 personas al año. Allí se les brinda una formación para insertarse en el mercado laboral como ayudantes de cocina o camareros. Luego realizan sus prácticas con contratos de trabajo y si alguno se encuentra en situación irregular por falta de documentación, se los acompaña durante la regularización por arraigo en el marco legal que existe en España. “El triángulo se entiende perfecto: tenés Cuinant Oportunitats, con los itinerarios de inclusión, tenés Desarrollo Comunitario, con talleres sociales y comerciales y Sostenibilidad, con los restaurantes y el catering, que generan la aportación económica para mantenernos”, explica.
“Los temas que tocamos en el proyecto”
Uno de los ejes centrales de la Mescladís gira alrededor de la gestión de la migración. “Lo que nos importa son los temas que tocamos”, dice Martín . Según estudios demográficos realizados por Naciones Unidas, el Centro Wittgenstein y el Centro para el Desarrollo Global, si Europa quiere sobrevivir –a raíz de su población envejecida– necesitará en las próximas décadas un total de 60 millones de inmigrantes, número que podría elevarse a más de 70 millones. Sin embargo, según el diario La Vanguardia, con las actuales políticas migratorias sólo podrá cubrir el 23% de esas necesidades.
Detrás del restaurante ubicado en la calle Comte Borrell está la escuela en la que se imparten los talleres de inclusión social. Actualmente hay dos cursos de cocina, uno de sala y el más reciente en producción de alimentos.
El equipo de Mescladís
Es martes 29 de junio y los alumnos empiezan a llegar. Antes del taller de catalán, necesario para cumplir con la certificación que ofrecen los talleres, todos los presentes se preparan para una foto y alguien pregunta “¿ya está?” y otro alguien dice “¿y Martín?”. Entonces acercan un cartel con el logo de la fundación, se agrupan, se mezclan, sonríen y se preparan para el flash.
Andrea es chilena y es una de las docentes del equipo, formado por 20 personas. Maestra de escuela primaria llegó a España en el 2014, donde ya vivía su hermano, pero lo hizo sin una oferta de trabajo y sin papeles. “Caí en la misma situación que todos los chicos, pero en otras condiciones”, cuenta. Hizo el curso en 2016 y con la práctica laboral se convirtió en ayudante de cocina hasta terminar como segunda jefa. Luego regularizó su situación gracias a una oferta de trabajo, hasta que un día Habiague la llamó para saber si estaba interesada en sumarse al proyecto y no dudó. “Es muy grato, tiene mucha vocación”.
Idania es mexicana y dicta otra de las formaciones. Para ella los papeles no fueron un problema, porque ya tenía ciudadanía europea. Pero cuando habla de por qué forma parte del equipo se acuerda de sus amigos y dice que siempre piensa en los que llegaron a Europa “huyendo de guerras y de hambre”. “Tengo siete alumnos que son de Marruecos, otros de Honduras, que después de meses de estar juntos, han aprendido a aceptar sus diferencias y a apreciarlas. Creo que la comida es eso, un punto de encuentro”.
El fundador de Mescladís menciona a lo largo de la conversación al filósofo Zygmunt Bauman, al fotógrafo Sebastián Salgado y alude a una frase del físico Albert Einstein que dice que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Luego explica por qué, al hablar de migración, rechaza la palabra “integración” y prefiere hablar de “acomodación”. “La persona que migra no deja su personalidad en el país de origen, la trae consigo. Tú puedes ser de aquí y yo vengo de afuera y los dos nos vamos a tener que acomodar con lo propio y con lo nuevo. Lo que se genera es una acomodación”.

Una misma tribu
En una de las repisas que forman parte del decorado de Mescladís del Pou, en el barrio del Born, hay un cartel que dice: “We all the same tribe» (Todos somos la misma tribu). Federico es argentino, tiene 39 años y es el responsable de cocina y docente de uno de los talleres que imparte la fundación. Licenciado en el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG), se especializó en cocina francesa y se fue de la Argentina en el año 2006. Después de viajar y vivir en siete países, se enamoró de Barcelona y decidió quedarse.
Empezó a trabajar en cocina japonesa y en esos años se cruzó con la historia de “Happy”, a quien conoció en un restaurante que recibía a alumnos de Mescladís para las prácticas. “Happy” era un inmigrante que llegó a Europa a través del mar en una embarcación precaria que naufragó y en la que murieron sus amigos. “Le decían Happy porque se reía a pesar de todo y la risa era maravillosa. Su historia me quedó grabada”. Gracias a “Happy” se enteró del trabajo de la fundación, aplicó a una búsqueda para Jefe de Cocina y se unió al equipo.

Población migrante
Los proyectos sociales de la fundación buscan generar impacto y visibilizar las virtudes de la población migrante, pero también las injusticias. Martín sostiene y -apuntala con un estudio de la Fundación “La Caixa”– que desde el punto de vista económico la aportación de la población migrante es “irrefutable”. “En cualquier país europeo no habría crecimiento sin la aportación clave de la población migrante”.
Un informe de esa entidad enumera, entre los efectos positivos de la inmigración en España, “un incremento del empleo, mejorando la renta per cápita, contribuyendo a las arcas públicas, favoreciendo el consumo, y potenciando la creación de nuevas empresas”. El mismo estudio refiere a un informe del gobierno español que en 2006 “estimaba que el 50% del superávit alcanzado por las finanzas públicas en los años de mayor crecimiento (…) correspondía a la inmigración”.
Al hablar sobre la crisis en Ceuta y Melilla, en la que entre 8.000 y 10.000 migrantes entraron desde Marruecos, el fundador de Mescladís asegura que la población migrante es muy amplia y no es la foto que se ve de Ceuta y Melilla. “Eso es el 4% de la población migrante que entra a este país cada año. La población migrante es muy diversa y muy amplia”, dice. Y agrega: “Soy un migrante, he invertido mis ahorros, tenemos proveedores, generamos riquezas. En frente hay una tienda de un señor paquistaní que hace lo mismo”.
“Diálogos invisibles” y “Un regalo para Kushbu”
Uno de los proyectos que impulsó la fundación y en el que empapelaron las persianas de comercios con fotografías en distintos puntos de la ciudad se llama “Diálogos Invisibles”. Cada retrato refleja una historia de vida. En uno aparece un hombre y una frase que dice «me estaban buscando para matarme, marchar fue mi única opción». En otra aparece una pareja que escapó de Nepal para poder vivir su amor. La frase dice lo siguiente «Estamos aquí para ser felices». “Es hermoso como lema ellos lo que estaban buscando era encontrar su felicidad. Al final es lo que está detrás de muchas historias de gente que migra”, dice Martín.
En la fundación trabajan referentes sociales y psicólogos que tratan experiencias traumáticas. Aunque ninguna historia está por encima de la otra, al momento de mencionar una, aparece la de Débora -nombre ficticio- que forma parte del libro “Un regalo para Kushbu”. Víctima de una red de trata, migró engañada y tuvo que prostituir para devolver una deuda de miles de euros. Cuando terminó de pagar, cayó en una redada y la deportaron a Nigeria. Decidida a no permanecer allí, cruzó vía Marruecos, y pasó los peores años de su vida. Luego entró a otra red de trata y llegó a España con una deuda de la que escapó gracias a la asistencia de una entidad española. “Ella no había perdido la sonrisa, decía mi cuerpo está marcado, pero el de mis hijos no. Me parece interesante porque muchas veces se deja de contar que Débora se vio obligada por accidente, pero luego por decisión a sabiendas de entrar en una red de trata por la necesidad de migrar y buscarse una vida mejor”.

Martín dice que uno de los deseos de Mescladís es convertirse en los próximos quince años en un actor en el sector de la hostelería con el modelo de economía solidaria que ya funciona para lograr impacto social y generar inclusión. “Somos un proyecto social y colectivo y no lo olvidamos nunca. El sueño de Mescladís es que las barbaridades que estamos cometiendo en políticas de gestión migratoria tengan en algún momento el mismo consenso”, enfatiza.
Una vida digna
Una de las preguntas que surgen de su parte durante la entrevista es qué sucedería si por un día la población migrante desapareciera de Europa. Al respecto Habiague sostiene que “Barcelona es hermosa”, pero que el mediterráneo “es la fosa común más grande que hay en el mundo”. Que son miles y miles de personas que mueren cada año. Y que no es una muerte por mala mar o por accidente, son muertes evitables. “Estoy convencido de que las futuras generaciones tendrán vergüenza de este período histórico. El tema claro del siglo XXI es la defensa del derecho a migrar y de las minorías”, asevera.
Al reflexionar sobre ello, subraya asimismo que la clave está en “la educación” y en “generar un relato diferente”. “Las lógicas del chivo expiatorio están muy arraigadas en nuestras formas de proceder, la sobresimplificación de la realidad nos ayuda a muchos a capear con las cosas sin entrar en lo complejo. Y a la realidad para transformarla hay que entenderla”, dice.
Y completa: “Los migrantes siguen llegando y van a seguir llegando. Tú puedes poner la valla hasta ahí y van a pasar, la puedes poner más alta y van a pasar, porque las aspiraciones de una vida digna –que ha sido el motor de la humanidad– siempre son más altas que cualquier valla. Y la capacidad, creatividad y valentía que tenemos como especie, supera la altura de cualquier barra. ‘Barca o Barsaj‘, dicen los senegaleses cuando vienen, Barcelona o muerte. Me podré morir en el intento, pero intentaré llegar y si llego lo lograré, porque entre nuestras virtudes también está la de pelear por una vida mejor”.
Una versión más corta de este artículo fue publicada en el diario LA NACION.
Créditos fotografías Augusto José Andrés | @augustoandres.ph
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