
Atravesar el dolor

Ayer recordé las palabras que un día, hace tiempo, me dijo mi psicólogo. “El dolor hay que atravesarlo, no reprimirlo, ni anestesiarlo”. Me lo dijo cuando yo tenía 26 años y lloraba como nunca antes había llorado frente a un desconocido, con dolor, con angustia, con pena, con enfado, con nostalgia, con culpa.
Ese mismo día me dijo que él en realidad podría haberme dado cualquier cosa para anestesiar la angustia que yo sentía, enviarme a un psiquiatra para que me diera algún tipo de fármaco para la pena, pero que lo mejor que podía hacer por mí era enseñarme a enfrentar al dolor para poder curar mis heridas. Esas que tanto me dolían. La muerte de mi mamá, de mi abuela, de mi tío. Las pérdidas que me habían dejado un vacío en el alma y también otras pérdidas menores.
Fuertes en los lugares rotos
“Cuando uno se lastima queda en carne viva y hay que dejar que el tiempo pase para que la herida pueda cicatrizar”. Todavía me resuenan sus palabras en una de nuestras charlas de consultorio, cuando yo ya estaba de pie y tenía la suficiente fuerza para abrazarme a mí misma. Hay una frase del escritor estadounidense Ernest Hemingway que dice que “el mundo nos rompe a todos, y después, muchos son fuertes en los lugares rotos”.
Creo que yo, como muchos, también me volví más fuerte estando rota. Hubo un día en el me enfrenté al dolor con tanta determinación que en un momento ya no me dolió más. Me aferré a mí misma y salí a la superficie enérgica, con entereza y valentía. Y aprendí que está bien a veces estar triste, llorar, sentir angustia y dolor por perder personas, amigos, amores, situaciones y épocas. Tal vez deberían enseñarnos a todos, como me enseñó mi psicólogo Alejandro cuando tenía 26 años, que el dolor está bien y es necesario. Que hay que aceptarlo y atravesarlo. Para poder sanar y reconstruir nuestras partes rotas.
Comentá desde Facebook

