“Abrí bien grandes los ojos, cargate de energía”. La frase la dice mi hermano, mientras caminamos por una playa de Castelldefels, en Barcelona. Cierro los ojos, respiro profundo, dejo que el aire entre y salga. Lo busco en lo más profundo de mí, mientras escucho el sonido del mar. Lo quiero guardar conmigo, como quiero guardar muchas cosas de este viaje. Entonces escribo, porque creo que es la única forma de poner en palabras lo que siento cuando la vida un poco me desploma y la emoción me desborda.
Yo sabía que este viaje sería especial, lo sabía por la fecha. Cuando me cambiaron el día del examen de italiano y de repente me invitaron a Granada, supe que no era una casualidad. A veces hay que creer, abrir grandes los ojos y sentir.

Una fecha especial
Hace 15 años atrás, un 17 de noviembre, falleció mi mamá y desde ese entonces, todo lo que pasa en mi vida cada 17 de noviembre es tan bueno como inesperado. Mamá, para mí, Victoria para muchos, se fue un día de sol, de la mejor forma que se podía ir. Lo sé porque estuve ahí. Entonces cuando me llamaron para participar de un Simposio de Archivos en Granada desde el 15 al 17 de noviembre, supe que sería un viaje especial. Se lo dije a mi familia y se lo conté a algunos amigos. «Cae del 15 al 17 y coincide con la fecha del aniversario, mamá está detrás de esto», escribí en WhatsApp.
Barcelona
Pasan los días y vuelo a Barcelona. Es un lunes por la noche y después de ocho meses nos reencontramos con mi hermano y nos abrazamos. Parece que el tiempo no hubiese pasado y lo primero que decimos es juntamente eso: “Siento que te vi ayer”. El martes Gonza dice que vayamos a la playa a mojar los pies en el agua y yo que estoy en zapatos me muestro un poco reticente, pero después acepto.
Me saco las botas y las medias, me arremango los pantalones de jean y avanzo descalza por la arena hasta sentir el agua fría que llega hasta la orilla. Hablamos de mamá. “Si ella estuviera acá, le encantaría esta ciudad”, dice Gonza. Y es verdad. Si ella estuviera acá, le encantaría Barcelona. Correría desesperada hasta el mar porque nada la hacía más feliz.
“Si ella estuviera acá, le encantaría esta ciudad”, dice Gonza. Y es verdad. Si ella estuviera acá, le encantaría Barcelona.
El viaje a Granada
El miércoles viajo a Granada. Estoy nerviosa, pero sobrellevo los nervios y suelto el control. Una vez más me digo a mí misma un mantra que me acompaña desde hace un tiempo: “Pase lo que pase, la voy a pasar bien”. Y cumplo mi palabra. Son las 9 de la mañana, aterrizamos en Andalucía y me subo a un autobús que va hasta el centro de Granada.
Hago el check-in y en los próximos dos días conozco a muchas personas interesantes: genealogistas, archivistas de España, México, Argentina, Portugal y Brasil. Escucho historias diferentes, todas cautivantes. Abro bien grandes los ojos para ver y también para entender qué es lo que mueve a tantos de ellos a bucear en su historia familiar. A buscar a los que ya no están.
El recuerdo, Coco y las historias
Una mañana, durante un desayuno, alguien dice que todo empieza por “la necesidad de entender” y antes de eso una mujer me explica que la genealogía es algo maravilloso. La mujer se llama Manuela y en pocos días cumplirá 73 años. “Nunca pensé que llegaría hasta donde llegué”, cuenta. “Siempre ayudo a todos los que puedo”. Por momentos pienso en mi historia personal y también me hago preguntas.
Durante 72 horas converso, miro y escucho. Aparecen historias y en casi todas florece la emoción. Una noche, durante una cena, un genealogista menciona la película de Coco y veo cómo de repente se queda sin voz y se emociona. Lo hace mientras habla del recuerdo de sus seres queridos y también de la memoria. “Son muchas historias, son muchas vidas”.
Una cerveza y un nombre especial
Después del cierre del simposio, espero con Ángel, nuestro vuelo. Vivimos en el mismo avión y ahora vamos a regresar juntos a Barcelona, en donde me espera mi hermano antes del regreso a Italia. Caminamos por las calles de Granada y nos sentamos a tomar una cerveza.
Es un día de sol, con un cielo límpido y sereno. A lo alto se erige imponente la Alhambra. Ángel mira la cerveza que acaban de traer y le dice rápidamente al camarero si no tiene la Alhambra, que es típica allí, y el camarero, un chico joven y simpático, responde que no, que allí no se vende esa cerveza. Aceptamos. Sirvo la mía en un vaso y de repente cuando levanto los ojos para verla me percato de que la cerveza lleva el mismo nombre que mi mamá: Victoria.

Y entonces entiendo que nada es casualidad. La siento presente y me reconforta saber que una parte de ella está allí, acompañándome. Le cuento a Ángel de mi historia y lo que significa para mí el día 17. Tampoco él puede creer lo que acaba de pasar. “Esto es magia”, dirá. Y es cierto, es magia.
Señales y conexiones
Con un sol iluminándonos de frente, la Alhambra a lo lejos y un flamenco que endulza el atardecer, disfrutamos de lo que queda del día y de las conversaciones que llegan con naturalidad. Pienso en el poder de las conexiones. No tengo muchas palabras para explicar lo que sucede, pero confío en las señales con una fe que reconforta y me da paz. Quizás haya que dejar que la vida suceda. Abrir bien grandes los ojos, cargarse de energías, y disfrutar.